sábado, 8 de diciembre de 2012

La Dame des Hospitaleurs

"Y cómo era su piel?
Blanca, como la pálida luna.
Y cómo eran sus cabellos?
Dorados, como las arenas del desierto.
Y cómo eran sus ojos?
Azules como las flores de heliotropo.
Y cómo eran sus labios?
Rojos, como sus benditas lágrimas."
(Fragmento de una cancion popular: "La Dame des Hospitaleurs")

Ayesha escapó de Constantinopla sóla junto con una caja negra bellamente tallada en la que viajaba el casco de Wigostos, el collar de barro y poco mas. Sir Gavin, caballero templario, la encontró vagando por los caminos de Siria arrastrando la pesada caja. Su aspecto era deplorable: el vestido casi convertido en andrajos, cubierta de polvo y sangre seca, las mejillas hundidas, los ojos enfebrecidos con una chispa de locura asomando en la desesperación de su mirada. Impelida a seguir adelante, huyendo de lo que fuera que había dejado atrás, la airada voz y las hirientes palabras de un hombre que no pudo perdonarla. Apenas sin voz después de meses de soledad, sin hablar con nadie por temor  a que su acento la delatase. Pero a pesar de su lamentable aspecto, Sir Gavin la reconoció como la dama que había defendido a su Príncipe, y por ello le ofrecióp su ayuda. La llevó con él hasta Krak des Chevaliers donde su belleza y melancolía hicieron mella en el ánimo de los caballeros que la acogieron a su cuidado. Ayesha sufría. Atrás había dejado a Sraemus, pero las últimas palabras del Tzimisce habían sido para maldecirla.
En el castillo, dedicaba la mayor parte del tiempo a orar y a meditar, sin salir a penas de sus habitaciones. Cuando caía la noche se la veía vagando por los pasillos del castillo, y en las noches de luna llena, su figura, siempre vestida de blanco y son sus dorados cabellos como un brillante manto dorado, semejaba una prístina aparición bajo los rayos del astro nocturno. "Un ángel", decían algunos.
Se dedicó también a ofrecer ayuda y consuelo a los heridos que llegaban al castillo. Su sola presencia aliviaba los corazones de los moribundos que abandonaban este mundo con una sonrisa en sus labios.
Cierta noche trajeron entre los heridos a un caballero alto, bien parecido, de piel muy blanca, de cabello negro, largo y ligeramente ondulado, con los ojos de un extraño color dorado. Ayesha estuvo cuidándole durante noches, pero finalmente, los monjes que atendían a los enfermos desahuciaron al desdichado caballero. Ayesha pasó toda la noche rezando junto al lecho del moribundo. Su terrible destino abrumaba de tal manera a la dama que comenzó a llorar lágrimas de sangre. Aún en su agonía, el asombrado caballero, alargando su mano rozó con sus dedos el rojo líquido, conmovido por el dolor de la hermosa dama que lo había velado con tanto amor, se los llevó a los labios para besarlos y caer en la inconsciencia. Al día siguiente los asombrados enfermeros no podían creer lo que veían sus ojos, el moribundo seguía vivo y sus heridas se habían curado.
La dama intentó en vano restar importancia a su intervención, adjudicando el mérito a Nuestro Señor y a la Fe del joven caballero. Pero pronto se extendió el rumor de que en Krak des Chevaliers había un ángel que cuidaba de los caballeros que caían en combate en Tierra Santa.
Una increíble avalancha de heridos comenzó a llegar a la fortaleza. Ayesha brindaba sus lágrimas a todos aquellos que lo necesitaran. Los monjes que cuidaban a los heridos recogían las lágrimas y las distribuían entre los mas graves con la bendición de Dios.
Mientras tanto, el "ángel" se consumía de melancolía. Una noche, después de ofrendar su dolor por los heridos sufrió un desmayo. Sir Gavin en persona la tomó en sus brazos y la llevó a sus aposentos en lo mas profundo de la fortaleza.
Una vez a solas le recriminó el abandono que había hecho de su persona:
- Mi señora, si no os alimentáis entraréis en letargo, o tal vez peor, en frenesí y acabaréis matando a alguien.
- El Letargo. Estoy tan cansada. Sería agradable poder descansar, dormir, quizás para siempre.
La dejó acostada en el sencillo lecho y abandonó la habitación con gesto preocupado. A la noche siguiente, cuando fueron a despertarla, la encontraron fría e inmóvil sobre el lecho. Aturdidos, llamaron a Sir Gavin. Cuando entró en la habitación, había una sombra de compasión en su mirada.
Construyeron para ella un sarcófago de claro cristal para que los que llegaban hasta allí pudieran contemplar el ángel.
No pudo la muerte alterar su hermosura y quiso la Gracia de Dios conservar su cuerpo incorrupto a través de los años. Cuando, finalemente, los infieles tomaron de nuevo Tierra Santa y con ella la fortaleza, sir Gavin y unos pocos y escogidos caballeros ocultaron el cuerpo de la Madona de los Hospitalarios, como ya se la conocía.
Los infieles removieron cielo y tierra en su busca, pero no consiguieron encontrarla. Amparada por la Fe de sus anfitriones continúa esperando la resurrección del cuerpo y del alma.

lunes, 13 de agosto de 2012

Elixir Priapus - Crónicas de Kelmor


Dural estaba inquieto. No podía dormir. Cada sonido, cada aroma, el tacto de las sábanas, todo le recordaba las apasionadas noches pasadas con Ainize. Cada vez que cerraba los ojos podía verla desnuda bajo él, a su lado, encima de él, en la cama, en el bosque, junto al río, en el establo, cada gesto, cada gemido, todo, TODO, absolutamente todo le recordaba esos momentos pasados con ella, absolutamente todos los momentos. Tenía calor, sudaba, jadeaba... qué demonios le pasaba? Ni siquiera cuando volvió a casa tras cinco años de ausencia había sentido una necesidad tan urgente¡ Cinco años sin verla, cinco años sin sentir sus besos, sus caricias, su piel, su cabellos, sus labios, sus dedos recorriendo su cuerpo, su blanco cuerpo que tan bien conocía, cinco años sin... Basta¡
Trató de calmarse un poco. Había tomado una decisión, visitaría a Ainize, pero debía calmarse un poco, no debía aparecer en sus aposentos como un animal en celo. Debía despejar un poco su mente, debía tener cuidado, ahora más que nunca, ahora que su secreto ya no era tal.
Salió sigilosamente de su habitación y se dirigió a la de  Ainize. El pasillo estaba vigilado, que extraño¡ Volvió sobre sus pasos y tomó un pasillo lateral, después de unas cuantas vueltas más, llegó al otro extremo del pasillo. También vigilado¡ Maldita sea¡ Dio la vuelta y salió al patio interior casi a la carrera. Desde el jardín podía adivinar la ventana de la habitación de Ainize.  Salió de las sombras del jardín para trepar hasta la ventana cuando un ligero movimiento a su derecha lo alertó.
Un par de guardias venían por el sendero que rodeaba el jardín y que pasaba bajo la ventana de  Ainize. Esperó a que se alejaran, pero se quedaron bajo la ventana. Es que acaso había una conspiración? Igraine¡ Su nombre acudió a su mente junto con su imagen aquella mañana junto al lago. La había abofeteado. Había deseado hacerle daño. Como ella se lo había hecho a Ainize y a él. Por qué aquella maldita chiquilla tenía que meterse en su vida?
Furioso  decidió regresar a su habitación, cuando los guardias se movieron y continuaron la ronda por el jardín. Se quedó quieto, aguantando la respiración. Tal vez eran paranoias suyas, tal vez aquellas rondas no se debieran a la indiscreción de Igraine aquella mañana a su padre.
Rápidamente, en cuanto los guardias se perdieron tras el recodo del sendero, trepó ágilmente por la enredadera que cubría aquella pared. Inconscientemente, su mente de guerrero tomó nota de que habría que hacer podar o cortar aquella enredadera que tan fácilmente daba acceso a las habitaciones del castillo.
Entró en la habitación oscura y sin hacer ruido, moviéndose con seguridad, llegó hasta el lecho de Ainize y se introdujo en él. Ainize no estaba sola, su madre dormía junto a ella en el pequeño lecho. Por pura suerte la débil luz de la luna creciente había iluminado brevemente un rostro que no era el de su querida Ainize.
Rápidamente regresó a sus aposentos, frustrado. Nada más abrir la puerta se quedó parado. Allí, sobre su lecho estaba lgraine, sentada sobre la cama, sujetando con sus brazos y piernas la almohada, la cabeza apoyada sobre ella, mirando el fuego del hogar, ligeramente ladeada hacia la puerta de entrada. Estaba tan absorta mirando las llamas que no se dio cuenta de la llegada de Dural, de forma que él pudo detenerse por unos instantes a observarla. Como ya era habitual en ella, llevaba tan solo el fino camisón de lino blanco que resaltaba el fuego de sus cabellos, brillantes en ese momento por el resplandor del hogar. La barbilla apoyada sobre la almohada, los labios fruncidos en un gracioso mohin, las piernas, desnudas, rodeando la almohada, como si fuera un caballo o... Basta¡
Carraspeó suavemente e Igraine se volvió de inmediato hacia la puerta.
Dural, no te he oído llegar —dejó la almohada en la cabecera de la cama y se acercó a él rodeando la cama y pasando frente al hogar. Su camisón se hizo translúcido un instante y expuso sus contornos juveniles a los ojos de Dural. Conforme se acercaba, el rostro de lgraine adquiría una expresión preocupada.
Estás bien, Dural? -se acercó a él y cogió su rostro entre sus manos—. Tienes fiebre?
Dural solo podía mirarla... Igraine se puso de puntillas y acercó sus labios ala frente de Dural
—Creo que tienes fiebre, estás ardiendo —dijo mirándole con expresión preocupada.
Dural solo podía mirarla... “Aquellos labios, carnosos y suaves, entreabiertos mientras le observaba con seriedad, realmente preocupada... “Aquellos labios que aún no habían sido besados...” Dural frunció el ceño levemente “Cómo demonios sabía él eso?” Porque no dudaba en absoluto de que era cierto, que nunca habían sido besados. a
Igraine observó el ceño fruncido de Dural y malinterpretó su significado.
—Lo siento, ya estoy de nuevo metiéndome donde no me llaman —agachó la cabeza con sumisión. Inútil gesto en tan orgullosa cabeza. Dural cerró la puerta a sus espaldas.
-Qué... —-se aclaró la garganta que de repente se le había quedado seca-. Qué quieres?
-No podía dormir —dijo Igraine en un murmullo. Y luego continuó.- Siento mucho lo ocurrido. No sé si me crees, pero lo siento de verdad. Necesitaba decírtelo. Yo no... no le dije a tu padre quien era tu... amante. Tal vez... Levantó el rostro hacia Dural y le miró implorante mientras le cogía las manos y las estrechaba contra su pecho. -Por favor, Dural, perdóname, por favor -suplicaba con un ligero brillo en los ojos.
Dural solo podía mirar sus manos, atrapadas entre las de ella, sintiendo la calidez y suavidad de la piel de su pecho. Sintiendo, como una descarga, el tacto, ligero, apenas un roce de los pezones de sus pechos... “Unos pechos que no han sido acariciados...” Dural sacudió la cabeza confundido y preocupado. “De dónde salía aquella voz?”
-Sé que he hecho mucho daño, pero, no quiero volver a casa sin que me perdones, por favor, solo una palabra, aunque no sea cierta, solo una palabra y me marcharé para siempre de tu vida —Igraine rodeó con sus brazos a Dural estrechándolo contra si fuertemente, con desesperación—. Por favor, Dural, por favor, perdóname¡
Dural, casi involuntariamente, rodeó con sus brazos a Igraine tratando de mantenerla alejada de su deseo, aspirando el aroma de naranjos y jazmín, limón y cilantro que la rodeaba como un aura. Por unos instantes cerró los ojos y recordó las noches pasadas junto a los fuegos de campamento en los oasis de la Puerta del Desierto Blanco.
Recordó las rojas arenas, los farallones de roca “de las mismas tonalidades rojizas que los cabellos de Igraine”, la fresca hierba debajo de las palmeras, “verde como los ojos de Igraine”. Podía sentir su cuerpo cálido y tembloroso entre sus brazos “un cuerpo que no conoce el tacto de otras manos” sujentándola firmemente contra su costado podía sentir sus muslos sobre su pierna “unos muslos que no han sido separados...” Como por voluntad propia, las manos de Dural se movieron suavemente sobre Igraine, acariciando sus cabellos suavemente, dejando que sus manos bajaran un poco más con cada caricia, murmurando palabras sin sentido en un tono tranquilizador. Poco a poco se fueron calmando sus temblores y sollozos. Poco a poco, las manos de Dural ya habían llegado a las nalgas de Igraine, último territorio cubierto por sus cabellos. Igraine levantó el rostro para mirar a Dural, entre aliviada y sorprendida por la actitud de él. Dural brajó su mirada y se encontrón con aquellos labios entreabiertos “...que exhalaban el aroma dulce de la fruta en sazón“ Unos labios que de repente se convirtieron en todo su mundo, nada había más importante que aquellos labios, nada más perfecto, nada más dulce, nada más...